26 nov 2008

Para defender a l@s pibes

Jorge se levanta por la mañana, va al baño, bueno… a una habitación de chapa con un inodoro conectado a un pozo ciego y un espejo en la pared. Antes de entrar, puso a llenar un balde con agua en la única canilla que tienen en la casilla (que luego de varios años tiene algo de ladrillos). El agua sale fría, eso se nota, lo que no sabe, es que además, como los camiones no ingresan a recolectar la basura en su barrio, las napas están contaminadas.

Sale para la escuela luego de lavarse la cara y ponerse el delantal que le quedó de su hermano. Un año atrás, había dejado de estudiar para trabajar en el puesto de la feria junto a su familia. Cuando llega al colegio, se entera que no iba a haber clases, ya que los auxiliares no habían cobrado e iniciaron un paro. Vuelve a su casa, todavía sin desayunar. Hasta la tarde tendría que aguantar. En la casilla no había nadie, todos habían ido a trabajar. Sale nuevamente, eran ya como las once, cruza el campito (todavía está el cartel que anuncia la creación de la plaza del barrio) lleno de autos robados y unos arcos de fútbol. Le dicen “la placita del barrio”, pero no tiene ni juegos, ni luces, ni árboles, ni caminos, ni nada. Se encuentra con los pibes con los que juega al fútbol. También estaban las chicas, tampoco habían podido ir a comer a la escuela. Yanina, una de las más grandes y que había repetido varias veces, tenía unos alfajores “Fulbito” (esos que salen 25 centavos). Repartió para todos. Parece que uno de los transas del barrio se los había dado a cambio de llevarle un revolver o una faca (o algo así) a otro cruzando la avenida, ya que la familia lo tenía guardado. De onda, le dio unos pesitos para que se compre algo en el kiosco. Algunos de los pibes pensaba que estaba “copado” eso de estar “guardado” si después podés tener algo para comer.

Jorge volvió tarde ese día, tenía mucho hambre, pero los mates cocidos y el pan que le preparó su vieja le ayudaron a pasarla. Ya se había olvidado si tuvo o no clases.
Nuestros barrios han sido transformados en depósitos de exclusión. Durante treinta años, políticas y medidas de mercado han dejado a millones de familias sin acceso al trabajo, la salud, la educación, los espacios públicos, la cultura… etc. Han sido los “costos” para ingresar en el “primer mundo”. Un cineasta, sin embargo, nos recordaba de la “dignidad de los nadies”, aquellos que comenzaron a recobrar una identidad que se les quiso violar a cualquier costo.

La historia de Jorge es una de las tantas que pueden vivirse en nuestro territorio. Una realidad que es la mitad de la moneda. Es que desde las ollas populares a los comedores, de los centros de salud comunitarios a la formación de promotoras sanitarias. Los talleres en los campitos (perdón, pero es complicado aceptar que un baldío es una plaza) de arte, de murga… las radios comunitarias que abren sus puertas a que los jóvenes se apropien de su derecho a comunicar, las escuelas que se han readaptado y funcionan como verdaderas organizaciones sociales en algunos barrios. Talleres de oficios: panadería, carpintería, herrería, etc. Apoyo escolar, futbol callejero, boletines barriales. Es que desde el campo popular se ha dado respuesta a una situación social en la que los principales vulnerados son los niños, niñas y jóvenes. De todos modos, las comunidades organizadas tienen un accionar limitado si no pueden plasmarse sus propuestas en políticas públicas.

Estos meses han sido tiempos del renacimiento de esas miradas retrogradas y fascistas que ven en el otro al culpable de “los males sociales”. Quienes viven en los countries que rodean a la Ciudad de Buenos Aires vociferan desde los medios masivos sobre su estado de inseguridad. Resulta que, además de estar rodeado de barrios empobrecidos, responsabilizan a los niños de poner en riesgo el cómodo estilo de vida en esas mansiones tasadas como tierras fiscales. Así es, una doble estigmatización es moneda corriente en una parte de la sociedad argentina: la de ser pobre y la de ser joven.

Pero ¿qué es lo que realmente está sucediendo en nuestros barrios? Varios niños y niñas se encuentran en una situación de conflicto con la ley. Lo que sucede, es que la historia con que comenzamos la nota es moneda común en nuestros barrios, lo que genera un estado de vulnerabilidad en los jóvenes que son víctimas de un sistema social, político y cultural que los expulsa del acceso a los derechos básicos de sobrevivencia.

El cuadro familiar de nuestros niños está atravesado por varias imágenes más que preocupantes: padres subocupados, en terrenos donde conviven varias familias (sobre todo aquellas parejas muy jóvenes que forman familia y se ubican en la casa de sus padres ante la imposibilidad de acceder a una vivienda). Las escuelas atravesando una crisis no sólo presupuestaria, sino que principalmente cultural y de sentido. Es que la sociedad ha cambiado, pero no así su estructura ni la formación de los docentes; y al mismo tiempo, el Estado no termina de hacerse cargo de la cuestión. En este panorama, en barrios que parecen depósitos de laburantes antes que lugares dignos donde vivir, los pibes terminan haciendo lo que pueden. Sin referentes en las escuelas, o en las familias, muchas veces la esquina es el único lugar (o como dicen los estudiosos: “no lugar”) donde los niños juegan a ser adultos. Porque no hay que olvidarse que los niños y los adolescentes juegan, y el sentido de esta actividad siempre se relaciona con lo que hacen aquellos que son sus referentes.

Por todo esto, hay que preguntarse por los motivos que llevan a los niños a portar un arma, o a quedar encerrados en el mundo de las drogas. Los jóvenes están en peligro, de eso no queda duda. No son los culpables, son la consecuencia de una sociedad que planificó la desaparición, el empobrecimiento, y luego, la exclusión de millones de personas. Todavía no hubo políticas que cambien radicalmente la situación. Las acciones de las organizaciones sociales todavía no han sido tomadas por el Estado como política nacional.

Más policías = Mas seguridad. Una creencia nefasta

El tema “inseguridad” es la carta debajo de la manga que los medios de comunicación tienen a mano cada vez que hay una ausencia de noticias o la agenda que proponen no impacta en la sociedad. Siempre algún asesinato o robo genera miedo entre quienes consumen los mensajes que se emiten desde las grandes cadenas y matutinos nacionales.

De todos modos, si la seguridad se relaciona con la certeza de llegar a un futuro deseado, los sectores más pobres, los barrios, son quienes se encuentran en una situación de inseguridad. Sin acceso a la salud, educación o a la vivienda, sobrevivir es cuestión del día a día. Pero igual, los medios siguen entrevistando a sectores privilegiados que ostentan sus autos 0km y sus casas de fin de semana: todo un signo de violencia simbólica sobre una población privada de las condiciones dignas de vida.

En este escenario social, antes que a un joven se le cruce la posibilidad de entrar en conflicto con la Ley, suceden al menos tres cuestiones. El acceso a la tenencia de armas y el consumo de drogas sería imposible sin la acción de fuerzas policiales y grupos interesados en este tipo de negocios. En tercer lugar, las escuelas pauperizadas, familias subocupadas y escasa inserción laboral para los jóvenes. Estas son las cuestiones claves que una política de estado debe abordar. Más específicamente, atacar las causas de un problema, no las consecuencias. La vida de un joven en este contexto corre el riesgo de carecer de valor, la sociedad no puede mirar a un costado y pedir cárcel para los niños.

Como se ha dicho últimamente, “ningún pibe nace chorro”. Querer bajar la edad de imputabilidad cuando el 40% de los niños de la provincia de Buenos Aires están por debajo de la línea de pobreza, cuando incluso es complicado el acceso a un DNI, o el acceso a los planes sociales se ha cercenado; es, al menos, producto de una serie de prejuicios graves.

Si no se implementan los servicios locales que deberían trabajar con los jóvenes que entran en conflicto con la ley, si no se promueven los concejos locales de promoción y protección de los derechos del niño, si no existe la figura de defensor del niño (que pueda examinar la situación en las instituciones de encierro), si no se potencian las capacidades de los jóvenes y los niños. Si no se invierte en Escuelas, si no se invierte en fortalecer a las organizaciones, murgas, grupos comunitarios, comedores que día a día brindan a los más pequeños la posibilidad de una vida digna, no sólo la situación empeorará, sino que deberemos reconocer la enfermedad de una sociedad que en lugar de cuidar a los niños, se cuida de ellos. Una vez más… ser joven no es delito.