El 12 de diciembre de 2008, miles y miles de argentinos y argentinas colmaron la Plaza de Mayo con la consigna "El Hambre es un crimen". Los trabajadores y trabajadores de los distintos sindicatos de la Central de Trabajadores Argentina, las organizaciones sociales, partidos y movimiento políticos; y, principalmente las niñas, niños y jóvenes del Movimiento Chicos del Pueblo que se juntaron para reclamar y solicitar la "asignación universal por hijo". El marco no puede ser peor, a ocho años de lo que se denominó la peor crísis de nuestro país, los indicadores sociales, sobre todo los referentes a los pibes más pobres, se mantuvieron casi igual. En un informe de America XXI, se devela la Argentina profunda, aquella que solamente cobra relevancia cuando la imagen de la desnutrición llega a conmocionar a alguna ama de casa televidente.
La noticia empieza con este dato doloroso: 25 ninos y niñas mueren por día antes de cumplir el primer año de vida. En un país, y en una coyuntura, donde la riqueza que se genera podría abastecer a mas de cien millones de habitantes, queda evidente que estas muertes, que según estadísticas de UNICEF (porque lamentablemente los datos del INDEC ya son sólo una referencia en otras) asciende a 14 por mil la mortalidad infantil. Para comprender más, países como Cánada, o la isla de Cuba poseen un 5 y 6% respectivamente. Claro, en uno hay una fuerte intervención estatal en la economía de mercado y en el otro, 50 años de gobierno popular y economía social.
La vida que llevan millones de familias no puede esperar mucho más. En el Mercado Central de La Matanza, donde cientos de toneladas de alimento circula diariamente, adolescentes y niños se prostituyen por comida apadrinados por ejecutivos, seguridad, comerciantes y demases. El embarazo adolescente, en condiciones de desnutrición que traspasan a los bebés por nacer, con el consecuente déficit de peso, talla y capacidad de aprendizaje viene siendo denunciada desde hace años (hace más de 30 años, "La Hora de los hornos", de Pino Solanas, adevertía como se inventaba la pobreza en Argentina). El informe de Inés Hayes (para América XXI) sigue revelando más datos de la desigualdad: "el 66% de los niños y niñas mueren en su primer mes de vida, más de la mitad por causas prevenibles".
El planteo, en un país rico, entonces es ¿cómo se reparte esa riqueza? Jujuy, una de las provincias más atacadas por las políticas tendientes a generar pobreza, vivió jornadas de protestas y huelgas de hambre, que tuvieron al Obispo Olmedo como protagonista. "Es imposible que los niños vivan con 60 centavos diarios" declamaba el prelado en relación a los irrisorios montos de los planes sociales. En las provincias del Noreste y Noroeste, se pierde vista, que las estadísticas no miden a los niños "malnutridos", que poseen sobrepeso causa de una alimentación basada en harinas, que además poseen baja estatura y que se traduce en hipertensión, hipercolesterolemia, diabetes y accidentes cardiovasculares desde la adolescencia. En pocas palabras, las consecuencias de la concentración de la riqueza es la exclusión y el crimen de miles de niños y niñas por año.
En este marco, el cuestionamiento a la democracia representativa es cuestionado. Las organizaciones sociales y las comunidades han debido afrontar estos problemas, y ha sido fruto de la militancia los pequeños avances que pueden registrarse. El tema es clave, son pocos los jóvenes que creen en la democracia partidaria, pero cientos de miles los que participan en organizaciones populares. Si, además, tenemos en cuenta que las políticas de participación implican que se discutan los presupuestos estatales, estamos aquí frente al meollo de la cuestión, la convivencia de los aparatos políticos partidarios con los mercados que niegan el acceso a discutir lo público con las mayorías. De todos modos, los logros en los presupuestos participativos, en la organización y movilización y en algunos sectores del Estado generando espacios de planificación participativa muestra que la sociedad se ha organizado y está para más. Pero los pibes se siguen muriendo y los cambios no pueden esperar al largo plazo. (ver fuente en América XXI)
La vida que llevan millones de familias no puede esperar mucho más. En el Mercado Central de La Matanza, donde cientos de toneladas de alimento circula diariamente, adolescentes y niños se prostituyen por comida apadrinados por ejecutivos, seguridad, comerciantes y demases. El embarazo adolescente, en condiciones de desnutrición que traspasan a los bebés por nacer, con el consecuente déficit de peso, talla y capacidad de aprendizaje viene siendo denunciada desde hace años (hace más de 30 años, "La Hora de los hornos", de Pino Solanas, adevertía como se inventaba la pobreza en Argentina). El informe de Inés Hayes (para América XXI) sigue revelando más datos de la desigualdad: "el 66% de los niños y niñas mueren en su primer mes de vida, más de la mitad por causas prevenibles".
El planteo, en un país rico, entonces es ¿cómo se reparte esa riqueza? Jujuy, una de las provincias más atacadas por las políticas tendientes a generar pobreza, vivió jornadas de protestas y huelgas de hambre, que tuvieron al Obispo Olmedo como protagonista. "Es imposible que los niños vivan con 60 centavos diarios" declamaba el prelado en relación a los irrisorios montos de los planes sociales. En las provincias del Noreste y Noroeste, se pierde vista, que las estadísticas no miden a los niños "malnutridos", que poseen sobrepeso causa de una alimentación basada en harinas, que además poseen baja estatura y que se traduce en hipertensión, hipercolesterolemia, diabetes y accidentes cardiovasculares desde la adolescencia. En pocas palabras, las consecuencias de la concentración de la riqueza es la exclusión y el crimen de miles de niños y niñas por año.
En este marco, el cuestionamiento a la democracia representativa es cuestionado. Las organizaciones sociales y las comunidades han debido afrontar estos problemas, y ha sido fruto de la militancia los pequeños avances que pueden registrarse. El tema es clave, son pocos los jóvenes que creen en la democracia partidaria, pero cientos de miles los que participan en organizaciones populares. Si, además, tenemos en cuenta que las políticas de participación implican que se discutan los presupuestos estatales, estamos aquí frente al meollo de la cuestión, la convivencia de los aparatos políticos partidarios con los mercados que niegan el acceso a discutir lo público con las mayorías. De todos modos, los logros en los presupuestos participativos, en la organización y movilización y en algunos sectores del Estado generando espacios de planificación participativa muestra que la sociedad se ha organizado y está para más. Pero los pibes se siguen muriendo y los cambios no pueden esperar al largo plazo. (ver fuente en América XXI)